lunes, 15 de septiembre de 2014

El fuego: (XIV) Los incendios forestales


historia del fuego, incendios, extincion

   Hubo un tiempo que una ardilla podía recorrer España desde los Pirineos a Gibraltar sin necesidad de bajar nunca de los árboles. Esto que no es un tópico terminó durante el neolítico, cuando el hombre al descubrir la agricultura, actúa sobre la vegetación sin acertar a pensar hasta casi 10.000 años después, que la destrucción de los bosques puede tener un límite y que más allá de éste, las consecuencias, pueden hacerse irreparables.   La devastación de los bosques españoles se inicia en el siglo I de nuestra era.
   España se halla bajo dominación romana y, los conquistadores para facilitan el paso de sus tropas por los nuevos dominios, y enlazar las nuevas provincias entre sí uniéndolas al Imperio, construyen una importante red de vías de comunicación. De esta forma los árboles son abatidos en cien puntos de la Península bajo el hacha y la yesca. En total, la red de caminos alcanzó los 19.000 kilómetros y recientemente se han encontrado en el centro de la meseta, mojones epigráficos que confirman la vigencia de esta importante red de comunicaciones, que al margen de su valor intrínseco, inició la gran devastación de la selva hispánica.
   Los incendios forestales hasta entonces prácticamente ocasionales, debidos al rayo de la tormenta o al calor del clima proliferaron con los romanos. No era raro que las tropas de guarnición que recorrían la Península de un extremo a otro, originasen incendios a su paso y los romanos debieron pensar, que en una geografía de vegetación tan exuberante, los incendios no tenían importancia alguna.
   Esta primera destrucción de los bosques hispanos se vio favorecida por la minería en la región andaluza. La pobreza forestal que hoy, arrastra el SE de España se cree debida al enorme consumo de madera que requerían las minas explotadas por los romanos, tanto en entibaciones de galerías, como para combustible en hornos de reducción de minerales. En principio, se explotaron los filones de cobre y plomo sin profundizar el suelo y los yacimientos se abandonaban cuando las betas se hacían profundas. Pero cuando comenzó la masiva exportación de metales a Roma, las demandas obligaron a ahondar los antiguos desmontes y convertirlos en redes de galerías perfectamente entibadas para facilitar tanto las perforaciones, como la extracción de minerales.   Ciertos historiadores afirman que en esa zona y en aquel tiempo, llegaron incluso a modificarse las condiciones climáticas y el régimen hidrológico.
   Las sucesivas incursiones guerreras de pueblos noreuropeos, supusieron nuevos destrozos en la flora hispana al igual que durante la dominación árabe. Los bosques tuvieron gran importancia en la guerra, porque formaron posiciones favorables, tanto en batallas, marchas ocultas y concentraciones, hasta llevar la lucha a límites insospechados. La mayoría de veces los bosques fueron incendiados y, el fuego afectaba a cientos y cientos de hectáreas, ya que las llamas se prolongaban indefinidamente.
   Entre los siglos XI y XIII se sucede otra racha de incendios forestales. Los viajes son ahora, la pasión de la época y aunque los itinerarios de la Península están repletos de caminos difíciles, señores clérigos, mercaderes y gentes de condición inferior, viajan para escapar del tedio entre una y otra guerra. La extrema religiosidad de los tiempos es el pretexto fácil que establece el “culto a las reliquias” y se peregrina como voto o penitencia a lugares santos. En España, se hace popular la peregrinación a Compostela para venerar el sepulcro del apóstol Santiago. El primer peregrino que registra la historia es el obispo Gotescalco de Puy en el año 950.
   A partir de entonces comienzan los incendios. Todos los caminos conducen a Roma, Jerusalén y Compostela y, aquí convergen gentes llegadas de todos los rincones de Europa. Como el camino es largo, y no todos los peregrinos son señores principales, ni tampoco se encuentra siempre albergue gratuito en las casas de Dios, son muchos los que acampan y descansan en los bosques, junto al camino. Las fogatas encendidas y olvidadas, además de un sinfín de imprudencias, son causa de grandes incendios no solamente en los bosques del norte sino también en el interior de la meseta. Resulta curioso que cuando más cerca del final del viaje, más proliferaban los incendios debido quizás al cansancio, la lasitud o impaciencia de los peregrinos.
   Lo cierto es que, en aquel tiempo, el camino de Santiago se recorrió en muchas etapas gracias a las estrellas. Durante el día, el viajero se encontraba de pronto con extensas zonas desconcertantes. Kilómetros interminables de árboles muertos y tierra gris uniforme formando laberintos. La denominación “camino de Santiago” dada a la constelación sideral de este nombre, se cree relacionada con esta época y sus circunstancias. 
   Durante los largos días de la reconquista de la España musulmana, se incrementaron de nuevo en gran parte de la geografía hispana, los incendios forestales.
   Los viajes, aún después de los siglos feudales continúan siendo la pasión de las gentes. Santiago de Compostela es uno de los lugares santos más visitados y junto a caminos y encrucijadas, se levantan por todas partes, los chaminazos de posaderos improvisados. Entre imprudencias y desidia, se forman incendios que perduraran durante jornadas. De esta forma los incendios forestales, son el vivo testimonio del movimiento espiritual viajero.
   Felipe II escribía una carta en el año 1572 al presidente del Consejo de Castilla: ..."una cosa deseo ver acabar de tratar y es lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos que es mucho menester y creo que andan muy mal al cabo; temo que los que vinieran después de nosotros, han de tener mucha queja de que les dejemos los bosques y sus riquezas consumidos; y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días..."
   El descubrimiento de América y la presencia de España en las nuevas colonias de ultramar, abarcó desde México al norte, hasta Argentina en el sur del nuevo continente. El activo comercio derivó en un gran movimiento marítimo que precisó ampliar la flota naval. Entre los siglos XVI y XVIII se practica en España una tala continuada de los bosques de robledal y hoy en la zona astur-cántabra, sólo quedan inmensos prados o montes de matorral, en lo que fueron en otros tiempos frondosos bosques de robles. 
   Las especiales características de esta madera para la construcción naval; excelentes condiciones mecánicas y gran resistencia a la humedad e inmersión, fueron la principal causa de degradación y exterminio. Téngase en cuenta que para la construcción de un navío de línea, se precisaban dos mil troncos y para una fragata de guerra, eran necesarios unos mil doscientos troncos de diámetro medio. 
   La problemática forestal a causa del incendio se reduce durante la alta Edad Media, cuando aparece el derecho de propiedad de los bosques hasta entonces considerados un bien común. Después empieza una tala sistemática para la práctica de la agricultura y a principios de la Edad Moderna una demanda cada vez mayor de combustible, así como la construcción de más y mejores navíos para atender el comercio con las colonias de América. El mercantilismo que impera entre los siglos XVII-XVIII incide con otra tala sistemática de los bosques españoles. Las leyes desamortizadoras a mitad del siglo XIX acentúan la peligrosa regresión de los bosques junto a la expansión del capitalismo, la evolución industrial y mayores aplicaciones de la madera. Además, los incendios forestales continúan proliferando. 


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